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EN LAS PUERTAS DE TÁNGER novela de Mois Benarroch (fragmento)

Buenas nuevas!
1)   En las puertas de Tánger llega en el 28 de Julio al puesto 5 en Amazon España , y 2 en México!
N. 2 en literatura española en amazonCom. 







3)se publica en francés, alemán, portugués







viewbook.at/TANGER
En amazon, en mobi (kindle) y en papel
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En las puertas de Tánger (Áncora y Delfín)

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Siempre espero que pase algo, siempre espero algo. Y cuando algo pasa, espero algo más. Treinta años pasé lejos de Tetuán, sin ir allí. Siempre estaba allí, un allí eterno, un allí que no se acaba, una palabra del pasado, una palabra del olvido, una palabra de la memoria. Treinta años huí este viaje. Alberto me contó que es­tuvo allí, dijo que se lo pasó muy bien, que cada mi­nuto fue una maravilla. Pero otros, muchos otros, ha­blaron de la basura, y lo sucio que estaba todo, que toda la ciudad es una porquería, y que está llena de moros, como si nunca hubieran vivido moros allí. Y tal vez no estaban, tal vez no fueron parte de nuestra vida, a pesar de que vivían con nosotros, a nuestro lado, siempre fueron círculos tangentes que no penetra­ban nuestras vidas, eran universos paralelos, que nos aportaban nuestras necesidades, la Fátima que hacía los trabajos de casa, compraba naranjas o pescados. Y nosotros éramos lo mismo para ellos, los que mueven la economía, los que dan trabajo. Nos añoran, pregun­tan por qué nos fuimos, si nos sentíamos mal, y creo que no. No todos se sentían mal, pero algunos sí, co­mo mamá y la abuela; las mujeres se sentían incomo­das en la ciudad, hablaban de Israel como algo obliga­torio, siempre las mujeres, las mujeres son las que decidieron irse a Israel, los hombres, como yo, prefe­rimos algo más conocido, Madrid, París. ¿Quién tuvo razón?, no sé, pero cuando llegué de visita a Israel en 1977 sentí que era demasiado tarde para mí, dema­siado tarde para cambiar mi vida y dejar Madrid, dejar el olor de los calamares, las charlas alrededor de las tapas, era demasiado tarde, dije a mi padre, dije a mi madre, él lo entendió, ella no. Me quería a su lado, él hubiese preferido estar en otro sitio, en Palma de Ma­llorca, donde mi primo quería que fuese a dirigir o a comprar un hotel, o en Canadá.
—Esto no es para nosotros —me dijo mil veces.
—Te entiendo, a lo mejor es para la próxima ge­neración.
—Los nietos, sí, a lo mejor para ellos será mejor, pero veo a tus hermanos, y a tu hermana, y ninguno de ellos se siente de verdad en su casa, a ninguno le va verdaderamente bien, ni tu hermano Isaque, que nunca fue muy convencional, está mejor en Nueva York.
—No creo que hubiéramos estado mejor en Nue­va York, creo que estamos mejor en Madrid, o en Pa­rís, o en Jerusalén, pero Nueva York, ¿no está eso muy lejos? Tal vez no, el sitio más lejano para alguien na­cido en Marruecos es Jerusalén, ¿te lo puedes creer?
—Y esto lo dije en voz alta, sentado al lado de mi querida hermana Silvia.
—¿Qué? —dijo—, ¿qué me puedo creer?
—No sé, no dejo de pensar, no dejo de pensar qué quiere decir todo este viaje, qué sentido tiene, y qué buscamos, un hermano, un hermano del que no sabe­mos nada, a lo mejor buscamos un hermano muerto, a lo mejor ya se murió, la gente se muere joven como tú ya sabes. Treinta años son muchos años.Y en Ma­rruecos, con todas las drogas, vete a saber a cuántos matan.
—Yo también pienso sin parar.
Pedí un whisky a la azafata, una botella entera, vasos y hielo. Invité a todos. A pesar de que J&B no es el güisqui que más me gusta, a todos nos gusta el güis­qui, y era una buena excusa para calmar la tensión.
1974. La familia se dispersó: unos fueron a Jerusa­lén, y yo me quedé en Madrid para acabar los estu­dios de medicina. Después el sueño fue alejándose, la distancia entre nosotros se ensanchó, el lenguaje em­pezó a cambiar, su lenguaje, el mío, el lenguaje de mis hermanos. Hablaban de cosas que no entendía, que no podía entender, que no quería entender, discrimi­nación, racismo, opresión, pero mi madre no quería ni oír hablar de emigrar a otro país, a ningún sitio fuera de Jerusalén, muchas veces propuse que se vinieran a Madrid.
—Aquí os las arreglareis bien, el dinero no es un problema.
Pero pasó un año y después otro, una excusa y otra, los hermanos más pequeños tendrían más pro­blemas en adaptarse a Madrid que si hubiesen llegado directamente de Tetuán.
—Tienen nuevos amigos —decía mi madre—, y hablan hebreo, y eso es lo importante, lo importante es que hablemos hebreo.
Tal vez en eso sí tenga razón, pero muchos amigos no tenían, eso sí que lo sé, siempre lo supe. Muchos de los amigos están aquí en Madrid… no sé por qué sigo pensando en todo esto. Tal vez para escaparme de mí mismo, de la situación en la que estoy, de la muerte de mi padre, del testamento extraño que nos dejó, corro en mis pensamientos, y cada vez vuelvo a este hermano extraño, mi medio hermano. ¿Qué le diré cuando lo encuentre? ¿Qué? Tal vez, simplemente nada. Soy yo el que debe hablar, el hijo mayor, tengo que empezar yo.
—Aquí estás, Yosef, tú, hijo de mi padre, no sabía que mi padre tenía otro hijo, pero él sí se acordó de ti y te nombró en esa herencia, aquí, ves, firma, y reci­birás cien mil dólares, tal vez un poco más, y eso es todo, somos hermanos, muchas gracias, estamos con­tentísimos de haberte encontrado pero no nos vere­mos nunca más. Recibirás un cheque de nuestro abo­gado, dentro de un mes o dos, hasta que arreglemos todos los formularios jurídicos, eso es todo…
Tal vez eso es lo que pase, y tal vez… ¿Qué? Me pondré a llorar, le diré que es el sustituto de Israel, el que nació en medio de la guerra de los seis días y mu­rió en la guerra del Líbano. Fue el único israelí de la familia, amó la tierra y su lengua, el único, y se murió en el Líbano, y ahora, tú, tú, Yosef, tú, Yosef, eres mi hermano, lo entiendes, eres mi hermano, y ya está.
Así pasará todo, o tal vez no, tal vez encontraremos su dirección y le enviaremos una carta, las cartas son más simples, es más fácil, quién soy, tengo cuarenta y siete años, para qué necesito un hermano ahora, tengo ya un hijo, ¿para qué necesito un hermano?
—Eso es lo que todos nos preguntamos —dijo Silvia.
—Y entonces qué, y si buscáramos su dirección y le mandáramos una carta, si está de acuerdo nos en­viará una carta de su abogado, si no, hemos hecho lo que nos pidió en el testamento, ¿no?…
—No has pensado que tal vez papá quería que lo encontrásemos, que lo viéramos. ¿No has pensado en eso?
—Yo no sé lo que él quería. Papá está muerto y no podemos preguntarle nada. O tal vez hablaste con él y te dijo algo sobre todo esto, estaba más cerca de ti que de todos nosotros, y de Ruth, no de mí, no tanto de mí. ¿Habló de esto contigo?
—No. Nunca. Nunca de una forma precisa, pero hay algunas frases que me dijo que tal vez tengan que ver con todo esto, o ahora tienen un significado nue­vo, tal vez, tal vez lo imagino. Hace un año me dijo que si se moría antes que mamá, que nos ocupáramos de ella, e insistió en que no hablaba de dinero, a veces me decía que dejó en Marruecos mucho más que dinero. Tenía frases raras que tal vez ahora toman un sig­nificado diferente.
Llega la comida, Silvia pregunta si la comida es casher y la azafata de Iberia dice que en este vuelo todas las raciones son casher. Hay algo que hacer du­rante el vuelo. La comida en los aviones es más una ocupación que una alimentación. Vienen a llenar las largas horas sentados y sin nada que hacer. Pero los pensamientos no me dejan mientras intento con mis mejores cualidades abrir el paquete con la comida sin dejar caer nada en mi ropa o en la de mi hermana, to­davía queda un poco de güisqui, pero la comida carece de sabor, no son como los almuerzos en Air France a Nueva York, aquí nos llega de Nueva Cork. Isaque, nuestro homeópata, seguro que empezará a discutir conmigo otra vez sobre cómo enveneno a mis pa­cientes, pero la verdad es que cada vez doy menos an­tibióticos a mis enfermos, y menos medicamentos; descubrí que el noventa por ciento de ellos lo que quieren es compartir conmigo sus problemas, más que curarse de sus enfermedades, a ellos tampoco les gustan mucho los medicamentos y más de la mitad de és­tos llegan a la basura: ser médico de familia es bastante agradable, hay más tiempo para hablar con el paciente, y a veces se pueden conocer los problemas de toda una familia, y en muchos casos eso es interesante. Él es el único que viajó a Tetuán desde que nos fuimos de allí, y dijo que el dinero no le es nada urgente, pero quería venir con nosotros, vernos de nuevo en nues­tra ciudad. Y tiene razón, todos estos años nos escapa­mos de la ciudad, todos nos escapamos como si fué­semos la mujer de Lot y si nos atreviésemos a mirar hacia atrás nos convertiríamos en una estatua de sal; de qué teníamos tanto miedo, de Madrid o de París, es sólo un vuelo de un par de horas, podía haber ido un fin de semana, eso es lo que me pedía siempre mi mujer. En aquel entonces, en los días que me amaba, muchas veces me pidió que viajásemos un fin de semana, y mi respuesta siempre fue «qué tengo yo que buscar allí, podemos ir a París, a Nueva York, a Ma­deira, a Sri Lanka, a la India, a Madrás, a Teherán, a cualquier sitio, a cualquier sitio y no a Marruecos». Y no era sólo yo el que respondía así, era la respuesta de mi padre, de mi madre, de todos los hermanos. ¿Qué se nos perdió allí? Todo, digo yo, todo se nos perdió allí.
— ¿Te emociona volver a Tetuán?
—No son las mejores condiciones. No sé, toda la vida he evitado este momento, pero sabía que un día tenía que volver, cerrar un círculo, acabar ese capítulo. No pensé que pasaría así, que volvería a buscar un medio hermano del que no sé nada, no sé si es el mo­mento más adecuado, pero por lo visto lo es, porque estamos viajando hacia allí, Tel Aviv Madrid Málaga, Tel Aviv Madrid Málaga…. El trayecto opuesto al de 1974, yo en esa época ya estaba en Madrid pero leí mil veces en los libros de Alberto sobre esa mañana que se despierta en Restinga y viaja a Ceuta. Como si hubiese estado allí. ¿Cómo lo recuerdas tú?
—Yo estaba contenta. No olvides que fue después del golpe de Estado fracasado de Ofkir, en esa época hubo muchos intentos de matar al rey, y nosotros te­míamos que eso ocurriera porque habría sido muy negativo para nosotros. Fue un alivio. Recuerdo que desperté a Israel y le llevé en mis manos, medio echa­do, al coche; mamá llevaba a Ruth, mientras papá ha­blaba con el chófer, justo cuando el sol se levantaba sobre el mar. Era impresionante. En la frontera está­bamos un poco asustados de que pasara algo, papá so­bornó a un policía, todos dijimos que íbamos de vaca­ciones a Palma de Mallorca, al final llegamos a Palma de Mallorca hace dos años, papá, mamá, mi marido y yo, y también vino Ruth y su marido, lo pasamos bien, lástima que no viniste tú, fueron unas vacaciones fa­bulosas.
De pronto se calló, justo cuando pensaba que iba a darme muchos detalles, frases, recuerdos del viaje fa­miliar, se calló. En su cabeza las cosas están muy cla­ras, la casa, el marido, los tres hijos, estabilidad francesa típica, todo es seguridad, las cremas dan seguridad, Pa­rís, la securité sociale, la casa, los dos coches, el marido y su seguro de vida, los niños que irán a estudiar en una école de buena categoría, todo está bien arreglado, y yo lo que soy es un lío enorme, mi matrimonio es una locura. Nadie sabe nada de eso, nadie sabe lo que me pasa, y tal vez piensan que vivo un gran amor, un gran amor que no tiene fin. Y tal vez piensan que no necesito la herencia, que me basta con el dinero de mi mujer, y de mi trabajo de doctor. ¿Me basta para qué? Para pagar la hipoteca de mi casa en la calle Pedro Tei­xera, el coche grande, el ordenador de la niña, quién sabe para qué es suficiente qué, no es suficiente para crear felicidad, no es suficiente para recrear la sensa­ción de calor de un día de Pascua, cuando volvíamos de la sinagoga y sentíamos el olor de los platos pas­cuales, la casa limpia, las mujeres vestidas con sus me­jores galas, tal vez en ese entonces la vida tenía signi­ficado, tal vez sólo en ese momento, pero qué sé yo lo que pensaban mis padres, sobre qué soñaban, tal vez ellos tampoco sabían de dónde iban a sacar dinero pa­ra llegar a fin de mes, o pensaban que no saldrían de la ciudad a tiempo y matarían al rey y todo se derrum­baría. Para mí, con mis diez años, eso me parecía lo más seguro del mundo, lo más claro, nunca oí a mi madre preocuparse por dinero, como mi mujer, y te­nemos más que lo que tenían ellos en esa época, y te­nemos medicina social y médicos privados, y todos los seguros del mundo, y no nos basta, no estamos contentos, tiene que ir a la peluquería más cara, a las tiendas más caras, no sé a dónde, sólo veo como cada mes pagamos más a las cartas de crédito y no puedo decir nada, es también su dinero.
La casa no es un sitio seguro, no es segura como parecía antes, era el símbolo de la seguridad, como el símbolo de la libertad, el sitio al que siempre se puede volver cuando los cielos se llenan de truenos, más di­nero igual a menos seguridad, más facilidades, más servicios evidentes, agrandan el miedo de perderlos lo mejor me abraza, quiero que mi hermana me abra­ce, ¿por qué no la abrazo yo, por qué no?, simplemente poner mis manos alrededor de ella, segura­mente sonreirá, se pondrá contenta, pero no puedo, no puedo abrazar, no puedo dar amor. Sonrío a mi hermana. ¿Dónde está el amor que amamos cuando éramos niños, los abrazos que nos abrazamos, las dis­cusiones que discutimos, los paseos que paseamos, dónde estamos, por qué estamos tan lejos, Jerusalén, París, Madrid, Nueva York, dispersos en medio globo? Durante quinientos años nuestra familia vivió en el mismo sitio, en dos kilómetros cuadrados, íbamos de casa en casa, pero en el mismo sitio durante quinien­tos años, y ahora estamos a cinco mil kilómetros de distancia, el mundo tal vez se ha hecho más chico, se puede visitar pero estamos lejos, quiero venir a ti a llorar y hablar de mi...


EL EXPULSADO - NOVELA DE Mois Benarroch







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Volvía de Tel Aviv. Un viaje en la línea 480 de los más nor males. Eran las nueve y media de la noche. Me había pasado el día oyendo música en casa de mi amigo Rami que tiene un equipo que vale cincuenta mil dólares o más. Habíamos discutido las cualidades del dvd-audio, un nuevo formato que era lo más análogo que se podía oír en un disco digital. Habíamos oído varias veces el nuevo disco de John Gorka, The Gyspy Life. Nada anormal.
Nadie se sentó a mi lado, me pasé el viaje divagando y soñando sobre el gran éxito que tendrá mi próximo libro. Estaba a dos meses de la publicación de mi entonces última novela, que por fin iba a salir en una editorial de las mejores y no en una de esas pequeñas que desaparecen cuando el dueño se jubila o muere. Una buena editorial con distribución nacional. Pensaba sobre lo aburrida que es la vida del escritor. Es tan aburrida que lo único que nos salva del aburrimiento es inventarnos historias, como los niños pequeños que se inventan amigos imaginarios y les dan nombres para llenar su mundo. Todo me aburre, amigos, músicas, mujeres, la política, discusiones sobre el marxismo, sobre el sionismo, todo me aburre. Bueno, me interesa durante un par de horas al mes, pero no pasa de eso. Después escriben biografías y la gente se cree que la vida de un escritor está llena de aventuras. Bukowski, por dar un ejemplo, se pasó la mayor parte de sus horas sentado solo en bares de mierda, aburriéndose como un lobo. No sé por qué me vino lo del lobo, no sé si los lobos se aburren. Después alguien viene y escribe un libro para demostrar que no se folló a tantas mujeres como describe. Claro, hombre, si hubiese follado a tantas, cuándo coño iba a escribir todos esos poemas y todas las novelas. Pero la gente cree que los libros se escriben solos.
Fui a Tel Aviv porque había acabado de repasar por quinta o sexta vez las galeradas de mi novela, hasta en el último momento encontré una errata, una tilde, horas y días y meses de trabajo pesado y aburrido. Fui a Tel Aviv para descansar de ese trabajo hostil y para ver el mar. No llegué a ver el mar pero sentí su olor y sus olas. Me quedé en la música. Rami trabaja en la agencia Reuters y nunca se sabe si va a tener tiempo o le van a llamar para filmar algún evento urgente o una rueda de prensa de algún político aburrido que quiere dar la nota.
Bueno, pues allí estaba, al final del viaje, y de vuelta a casa, había vuelto a la relación fría y burguesa con mi mujer. Ella, dudando entre quedarse conmigo o divorciarse, y pagando para eso miles de sheqels a su loquera, y yo, como siempre, yéndome y divorciándome pero sin moverme. Estaba otra vez sin trabajo, después de una buena racha de traducciones, meses que no salía nada, empezaba a ahogarme. Aunque esos mismos siete u ocho meses sin trabajar habían sido muy prolíficos y en ellos escribí una novela larga y tres cortas, y pude dar por acabado un libro en el que trabajaba desde hacía años. Todo iba muy bien desde un punto de vista creativo, pero desde un punto de vista económico todo iba a la deriva. Mi mujer me mantenía. No podía divorciarme. O tal vez era lo que más debía hacer.
Y entonces, me levanté de mi asiento, y al levantarme la vi enfrente de mí. Primero el asombro, después los ojos clavados en ella hasta que se dio la vuelta y fue a salir por la puerta delantera, y yo por la trasera.
Claro que estas cosas pasan, no sabemos cómo se trasmiten millones de células genéticas y a mí ya me han dicho unas diez veces que me parezco mucho a alguien que otros conocen, me llaman por nombres que no son míos y hasta una vez una mujer estuvo mirándome sin poder separar su mirada de mí durante diez minutos para después anunciarme que me parecía a un novio suyo que había muerto en un accidente de coche, y yo que empezaba a creer que se enamoraba de mis bonitos ojos…
Era ella, más ella que ella, la misma cara, y al bajar la veía andar hacia el chequeo de seguridad, que más bien se parece al de un aeropuerto que a una estación de buses, era ella y más que ella, pero veinticinco años no habían pasado, no en ella, vestía la misma ropa que ella vestía, las mismas botas con medio bacón, una minifalda que ya no estaba de moda de color rojo, con medias negras, muy negras, una chaqueta de cuero fino negra, y ya hasta podía adivinar qué llevaba dentro.
Esperando mi turno para pasar mi bolso por la máquina que buscaba bombas la perdí de vista, creía que para siempre. Podía muy bien ser pura imaginación de escritor, una idea para escribir una novela o un cuento, aunque los cuentos se me dan mal, necesito más palabras. Debía haber sido así, uno no debe jugar con las coincidencias ni con la imaginación. Y hay cosas más importantes en la vida, como la discriminación contra minorías, la pobreza, la bomba atómica de los iraníes, el extremismo religioso, sobre eso debe uno escribir. Digo yo.
Sí, hay que escribir sobre cosas importantes, pero uno escribe lo que escribe y no lo que debe. Ahora en mi pueblo los radicales la han tomado conmigo, han dicho que no soy bastante de izquierda, ni antisionista, como ellos creen que debo ser, después de haber leído tres o cuatro poemas míos. Y todo por haber dicho en voz alta lo que todos dicen en voz baja, que los sefardíes sufren de una discriminación terrible en Israel por parte de los otros judíos, los europeos, que se creen superiores en los términos más racistas del pensamiento europeo y occidental, y por eso creen que es su deber impedir la producción literaria de marroquíes o sefardíes. Bueno, y qué, lo dije y creí que después podía seguir escribiendo mis boberiítas, los cuentos que me imagino para llenar mi vida y los personajes que creo para escaparme de mi soledad. Pero desde entonces, desde que lo dije, me doy cuenta de que toqué un botón que pone a funcionar toda una película y las preguntas son siempre las mismas, crees que todavía hay discriminación, sí, y más que antes, y peor, y otra vez y otra vez las mismas preguntas. Me tienen harto. Soy escritor, no soy ni de izquierda ni de derecha, ni estoy a favor de ningún partido ni de ningún entero, no soy radical ni de extrema derecha ni de extrema izquierda, yastá, lo he dicho y que se joda el que espera algo otro de mí. ¡Coño!
Sí, vale, ya acabo, no estamos aquí para contar ese lío, sino la historia de esta mujer en el autobús, así que tranquilos, no vamos a cabrearnos ni a pelearnos con nadie, que es una historia de amor, de desamor, de ficción, de realidad, o la realidad que se confunde con la ficción. Porque es que lo peor del caso, lo más insólito, lo más imposible de creer y de escribir, es que esta historia me pasó de verdad, y no como todo lo que he escrito, que la gente cree que es autobiográfico y nunca lo es. Todos se equivocan siempre, cuando hay algo que baso en mi vida creen que es ficción, y cuando es ficción creen que es basado en la realidad. Lo que me ha convencido que lo más difícil de contar es lo que ha pasado de verdad o lo que está basado sobre la verdad.
Al acercarme a la puerta de salida, la puerta de la izquierda, por la que siempre salgo para poder pasar por la librería de revistas, para ver las revistas de música y a veces comprar una de ellas, la vi ojeando unas revistas de moda y de baile.
Tengo que confesar que no soy de los que hablan con extraños, ni hombres ni mujeres, en estaciones de autobuses ni en autobuses. Me gusta mucho fijarme en la gente, ver ojos, ver ojos que miran, que ven y se pierden, y crear de cada mujer o hombre interesante una vida imaginaria y un personaje de ficción, éste nació en enero, sus padres se divorciaron cuando tenía siete años, se ha casado dos veces, no le gusta el pescado, ésta es divorciada con dos hijos y odia a todos los hombres, vive frustrada, a veces los miro de forma descarada y una vez que me fijaba en un hombre el Dizengoff Center en Tel Aviv me dijo ¡Y tú qué miras!, estaba un poco trastornado, pero en el fondo tenía razón, uno no tiene derecho a ir así por las calles y trasformar a cualquier persona en personaje literario. Hay cosas que no se hacen.
Pero en esta ocasión no dudé un solo segundo y me dirigí a ella con la primera pregunta que se me subió a la cabeza. En mi cabeza ahora oía sonidos de William Ackerman, del disco Conferring with the moon, con sus guitarras y flautas. Parecía que salía de los altavoces de la estación aunque sólo vivían en mi cabeza. Cosa que me pasa a menudo. Hace ya mucho tiempo hasta oía sinfonías enteras que nadie ha escrito, las soñaba.
— ¿Hablas francés?
—Oui.
La misma voz. Yo allí parado.
— ¿Vous avez besoin de quelque chose?
Y ahora qué digo. Sigo en hebreo.
—Es que sólo quería saber si hablabas francés. —Pues ya lo sabes, qué pregunta más rara, creí que me ibas a preguntar cómo se llega a algún lado, en este sitio es una pregunta común, qué autobús hay que tomar, cosas así, pero nunca se pregunta así porque así si hablas francés.
— ¿Y te llamas Gabrielle?
Ahora la sorpresa la llevaba ella en la cara.
— ¿Nos conocemos?
—Bueno, no, o sí, tal vez sí. Treinta años, sí.
—Pero yo sólo tengo veinticinco.
—Por eso es sí y no, desde antes de que nacieras, son muchos años… Hola, me llamo…
— ¿Pero cómo sabías mi nombre?
—Es obvio, lo tienes escrito en la frente, y también sé que odias cuando te llaman aquí Gabriela, te pone muy nerviosa.
Ahora me miraba, intentaba acordarse de algo, de si me conocía de algún lado, de si le parecía conocido, dudaba entre irse o quedarse, entre tomarme por un loco o seguir hablando.
—No estoy loco, no es eso, o a lo mejor sí, sí estoy loco, no sé, pero tengo la impresión de saber muchas cosas sobre ti.
—¿Cómo qué, por ejemplo?
Había algo de agresividad en su voz, igual que Gabrielle, bueno, claro, igual que ella misma, era igual a ella misma. Pero sobre todo mostraba curiosidad.
—¿Eres uno de esos maniáticos que persigue a la gente y después se hace el interesante?
Preguntó, no muy convencida. Hasta dudó si debía haber un signo de interrogación en la última frase, tal vez debería ser
—Eres uno de esos maniáticos que persigue a la gente y después se hace el interesante…
Y después sonrió. Una sonrisa traviesa, como la de Gabrielle. Sí, claro, evidente, igual que su misma sonrisa, la misma sonrisa de Gabrielle.
—Sí, eso es exactamente lo que soy, uno de esos maniáticos que persigue a la gente y después se hace el interesante…
Creo que lo mejor sería dejar de repetir esta frase.
Mira que las cosas pueden tener gracia, me envío un email para guardar un back-up de este archivo a mi dirección de g-mail. Según el diccionario back-up se dice en castellano: copia de seguridad de un archivo. En el diccionario de la real academia ni siquiera existe la palabra. Bueno, resulta que me lo envío y al recibirlo de vuelta en mis nuevos e-mails me pregunto si no es otra publicidad de viagra o de una página pornográfica, porque el título es Gabrielle, los nombres de francesas siempre suenan a erotismo y a sexo.
—¿Qué te parece si nos tomamos un café?
Me mira, ojea la revista de moda, me vuelve a mirar.
Esto es de novela, esto lo voy a escribir. La música en mi cabeza se cambia por la canción Moondance de Van Morrison, que ya me parece lo más banal que puede haber, así que cambio de estación y oigo a Jimmy Lafave, cantando Don´t Walk away Renée, una canción que te corta las tripas. Vamos, sí, dime que sí, dime que sí. Seguro que dirá que sí, si esto es lógico, si tiene su lógica narrativa tiene que decir que sí. Se cambia la canción, ahora es Townes Van Zandt, If I needed you, y canta
if I needed you
would you come to me
for to ease my pain






¿Qué me duele? Nada, pero sigue ojeando su revista, o es que está pasando un tiempo paralelo y largo que no tiene que ver con mi pregunta y su respuesta. Un momento en el que pienso muy rápido y veo ideas de horas en segundos. ¿Quién puede creer un cuento así? Todos empezaran a decir que es realismo fantástico o metaficción, que Cortázar o Millás o Auster o Roth, o toda clase de escritores, ¿cómo cuento esto para que convenza? Y a lo mejor debo irme ya y no dejar a la realidad mezclarse con la ficción e inventar todo, entonces, justo en ese momento dice:
—Sí.
Es un sí acogedor, ya lo conozco, pero es tan diferente del de mi mujer de hoy que me parece raro, como si se plantase en un sitio desconocido en mi mente. Es un sí acogedor y conocido, pero a la vez extraño.
—Muy bien, en Aroma, me gusta el café que hacen —dice. —Sí, y te gusta el expreso muy corto y odias el café cortado.
Me vuelve a mirar, sonríe, se ve que la cosa empieza a gustarle, a intrigarle.
Vamos a la cafetería y pedimos en la caja, ella un expreso muy corto.
—Muy muy corto —le dice a la camarera, y después vuelve a precisarlo de nuevo, muy muy corto.
—Yo, un macchiato, pero descafeinado.
—Diecisiete sheqels —nos dice la camarera.
Nos sentamos en la sala interior, sin luz y sin ventanas.
—¿Qué más sabes de mí? —pregunta al sentarse.
—Todo, más o menos, grosso modo. Sé hasta tu futuro. Por ejemplo sabía que ibas a decir que sí. —Miento.
—Sí a qué.
—A tomar un café.
—Sí —miente ella—, yo también sabía que lo sabías y por eso esperé tanto para responderte. Pero, quiero decir, ¿qué más sabes de mi vida?
—¿Y no me vas a decir: Eres uno de esos maniáticos que persigue a la gente y después se hace el interesante…?
—No, no te voy a decir: Eres uno de esos maniáticos que persigue a la gente y después se hace el interesante…
—Deberíamos dejar de repetir esa frase.
—¿Qué frase?
—Eres uno de esos maniáticos que persigue a la gente y después se hace el interesante…
Me mira y la miro, sonríe y sonrío.
—No la digo más —dice.
—No dices más ¿qué?
—No digo más: Eres uno de esos maniáticos que persigue a la gente y después se hace el interesante…
—Bueno, ya está, entonces te digo lo que sé, o algo, no todo de una vez, el futuro puede ser un shock.
Acabo de beber el café, la gente aquí no se sienta por mucho tiempo, toman rápido sus bebidas y salen de la cafetería, no son uno de esos maniáticos que persigue a la gente y después se hacen los interesantes. Algo ha cambiado. Cambio de música. Mary Black, No Frontiers, Heaven knows no frontiers… canción escrita por Jimmy MacCarthy.
—Empecemos. A ver si doy. Viniste a Israel cuando tenías veinte años, el mismo día que los cumpliste, en octubre. Me mira y abre sus ojos azules y enormes, tan enormes que casi deshacen la belleza del color, aunque no es eso lo que pasa, casi la deshacen pero sigue en el límite y sigue con su belleza, un poco Picasso, cada ángulo de su cara crea una rostro diferente, y a la vez siguen cambiando según su estado de ánimo. Ahora veo que está animada, esto le gusta. Me recuerda a cómo me miraba Gabrielle antes de darse cuenta que ser escritor no era sólo algo romántico, era también un problema en la cuenta del banco. Entonces dejó de verme así, y empezó a verme como el marido que no gana bastante dinero. Lo cual, así dicho de paso, es verdad.
—¿Qué día de octubre? —me pregunta.
—El siete.
Ahora toda la música que oigo es de Townes Van Zandt. To live´s to fly. The game is only to loose, eso es lo que me canta en el oído.
—¿Quieres venir a tomar un té y así me cuentas todo? Pregunta inesperada, aunque no debía ser así.
—Sí, claro,
Son las nueve de la noche, tengo que volver a casa, ¿qué hago?
—Pero antes tengo que ir al baño.
Voy al baño, llamo con el móvil a mi mujer y le digo que me quedo a dormir en casa de Rami en Tel Aviv, después le llamo a él y se lo cuento. No me cree.
—Ya te lo explicaré, no es lo que crees, no creo que Gabrielle te llame, pero por si acaso, dile que estaba cansado y me fui a dormir, nada más.
—Vivo por aquí, en Najlaot, así que podemos llegar a casa andando.
Y justo antes de salir de la estación:
—¿Qué haces?
—Soy escritor.
—Qué original.
Sí, ya sé que siempre has salido con artistas, pintores, poetas, fotógrafos, son los que te atraen, pero no digo nada. Tal vez no deba decir demasiado. Y dejarle preguntar un poco.
Hace frío. Noche helada de Jerusalén, finales de otoño, principios de invierno. Salimos hacia el zoco de Mahane Yehuda, y al emprender el camino propongo que compremos una botella de vino en uno de los quioscos en la calle Yaffo un poco más abajo. Damos unos pasos y compro una botella Merlot de Segal. Y algo que picar, dice. Unas patatas fritas. La botella de vino me cuesta cincuenta y seis sheqels, más del doble de lo que me hubiese costado en el supermercado al lado de mi casa. En esas tonterías pienso cuando por fin está pasando algo en mi vida. Las patatas fritas me cuestan siete sheqels, por ese precio podría comprar ocho en el supermercado. En el camino Gabrielle me dice que quiere que un día le lea uno de mis cuentos. No escribo cuentos, novelas, novelas cortas o un poco más largas. Bueno, quedamos una tarde y me lees una corta. La más corta, digo.
Llegamos a su casa por el ministerio del exterior, un conjunto de casetas raras que parecen un campamento del ejército. Su casa está en una de esas callejuelas de Najlaot, detrás del restaurante Imma, que quiere decir madre.
—¿En qué lengua escribes?
—En hebreo. Bueno, hebreo y español. Y un poco en inglés.
—¿Y no en francés?
—No, en francés no, todavía no, aunque en su tiempo escribí algunos poemas en francés, creo que podría si me empeño en eso.
—Bueno, pues tráeme algo en español, porque en hebreo no me voy a enterar.
—No te preocupes, es un hebreo fácil, no escribo muy complicado.
—Prefiero en español, me gusta más la lengua.
Me acordé que la primera vez que salí con Gabrielle le escribí un poema en francés. Eso me costó que no quisiera volver a verme durante seis meses. No sé si el poema era tan malo o era tan bueno. Por más que sea… seis meses…
Me parece muy buena idea esto de leerle una novela corta. Tengo una medio acabada que la puedo meter en este libro y así, puf, ya tengo unas cuantas miles de palabras más. Así no debe pensar un escritor, pero tú qué quieres, llenar un libro o escribirlo. No sé. Lo que siento es una urgencia enorme por escribir y estar preparado para conquistar la literatura española, una vez que mi novela se venda bien, tengo que estar ya preparado con un máximo de novelas para atacar. Pero si esto no es una guerra… ¿Quién habla? ¿Quién me dice eso? Soy yo mismo, el escritor contra sí mismo, el de las boberías contra el serio, el escritor de cuentos contra el que quiere salvar al mundo a través de sus cuentos, ese último que ya no existe. Ahora llegamos a la música de David Munyon, me suenan sus canciones en los oídos. Estamos en su casa. Una casa mal amueblada, un apartamento de estudiantes o de los que no quieren dejar de ser estudiantes. Debería estar en otro sitio, escribiendo otras cosas.
—¿En qué piensas?
—En lo bella que eres.
Sonríe.
—¿Quieres un té?
Nos sirve un té sobre una mesa en el minúsculo salón, alrededor hay dos sillas, o algo entre sillas y sillones, medio rotos, de tiendas de mueble usados, o regalos de amigos.
—Sírvete, ponte cómodo. Me voy a duchar y vuelvo y nos tomamos el té.
Sabía que volvería con una túnica negra sin nada debajo. Lo vi eso en sus ojos en la estación, conocía esos ojos, los conocía y ya casi los había olvidado. No me sorprendió, pero tampoco me lo esperaba. Tal vez esperaba alguna sorpresa.
—Te gustan los hombres.
—¿Y a quién no?
—Bueno, pero a ti un poco más.
Se acerca a mí y me besa. Recuerdo esa necesidad de dominar la situación y no dejarse llevar. La dejo hacer. De pronto me sube a la cabeza la idea de que esto puede ser una especie de adulterio, y si mintió cuando me dijo lo de su aborto, si tuvo una hija en vez de abortar y la dejó en París en casa de su hermana o su tía, o alguien la adoptó, a lo mejor es la hija de mi mujer, debería preguntarlesu apellido, pero no lo hago. Es la misma mano y la misma sensación que nunca ha cambiado, la misma que cuando me toca Gabrielle, ya sea la primera o la segunda, la joven o la adulta, enseguida se me para, como si fuese una orden. Las Gabrielle son una orden a mi polla.
Ahora ella me la toca, sonríe, me gusta, la tienes grande, me besa en la boca pero no un beso profundo, se baja y me la chupa un momento, no muy convencida, no está nerviosa, lo hace con tranquilidad, pero rápidamente se quita parte de la túnica y veo su parte derecha y así media desnuda se sube encima de mí y se menea arriba y abajo, grita Oui oui oui, y después me dice que le gusta mi polla, j´aime ton sexe, o sea, amo tu sexo, mi polla y mi sexo, la forma en la que le hago el amor pero también todo mi sexo, todo el sexo masculino. Después se calla, se levanta y me da la mano para llevarme a otra habitación minúscula en la que yace un colchón duro y se echa encima de él, levantando las manos e invitándome a penetrarla desde arriba, pero yo le doy la vuelta y la pongo sobre sus patas, esto es lo que más te gusta, no lo digo, y la penetro por detrás y allí acabamos los dos a la vez, ella gritando, tráeme el vino, no sé por qué, me tumbo dos segundos y me levanto y vuelvo con la botella de vino y dos vasos, pero nos hace falta un sacacorchos que no sabe donde esta. No importa, pon la botella en la cama, la botella, me tumbo y empiezo a quedarme dormido, no recuerdo muy bien cuándo llegué a quitarme los pantalones y los zapatos, sigo con el jersey, y ella me dice, adiós.
—¿Qué adiós?
—Me parece un poco exagerado dormir juntos la primera noche, y con un hombre casado…
—Nunca dije que estuviera casado.
—No hacía falta.
—Mañana quedamos a las cuatro, y me lees tu cuento.
—Es una novela.
No me queda más remedio, busco los calzoncillos que me regaló mi suegra y no los encuentro. Al final encuentro los pantalones, me los pongo sin calzoncillos y después los calcetines, que también me los regaló mi suegra (en regalos sí que es original), después la chaqueta Paul&Shark que compré en Turquía sin saber que era tan chic y que vale una fortuna, aunque a lo mejor es falsa, y que se puede vestir de color azul marino por un lado y de beige por el otro y salgo a la calle.
Son las doce y media de la noche, nada más, y decido volver a casa. En mi casa no pasa nada, Gabrielle duerme y no aprovechó mi ausencia para ir a ningún amante, amante del que sospecho su existencia desde hace unos meses, o años, o siempre, porque me cuesta creer que una mujer que tuvo tantos amantes antes de casarse se convierta en una santa después de la boda, o tal vez porque simplemente soy un celoso de mierda o porque no veo que nuestro sexo la satisfaga desde hace mucho tiempo. Ya ven, si fuese más literario, aquí debería haber una sorpresa y la llegada del marido y el encuentro de un hombrebajandoporlasescaleras,oelamanteenlacama,pero esas cosas sólo pasan en los libros. Sobre todo en los malos.
A las dos del mediodía me llama Gabrielle Jr., así empiezo a llamarla, y me pregunta si voy a las cuatro y que no me olvide del cuento.
—La novela corta.
—Bueno, lo que sea. Whatever.

—Wha´ever.

EL EMPAPADO (FRAGMENTO de novela )

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1.
La maleta el pasaporte. El pasaporte la maleta. Se me va a hacer tarde, odio estos vuelos de madrugada, no pude dormir en toda la noche, menos mal que me vine a mi casa y no me quedé con Mariane. Éste es el viaje, EL viaje, el viaje interior, el viaje hacia, hacia el pasado que es el futuro, el viaje atrás, el viaje rechazado, el viaje ansioso, deseoso, no, bueno, no es ésa la palabra que busco, el viaje que me da miedo, me aterroriza, eso, me aterroriza, qué coincidencia, qué gracioso, voy ahora al centro del terrorismo, pero también al centro de mi terror, no debo olvidarme el ordenador, el portátil, el Compaq 700, que para eso me gasté tanto dinero, dos mil euros, eso era, un cuadro entero, toda la noche me la pasé oyendo el último de Van Morrison, Down The Road, muy buenas críticas, pero no es tan bueno como muchos de sus discos anteriores, no está a la altura de sus discos de los años setenta, pero lo que siempre pasa con los discos de Van Morrison es que dos o tres años después de su aparición te das cuenta que son tan buenos como siempre, pero al principio te parecen conocidos, demasiado conocidos, y aburridos, en veinte minutos vendrá el taxi, puedo mirar otra vez las fotos, las fotos desnudas de Ester, de hace veinte años, las que tantas veces intenté pintar, ella me decía que soy bueno para retratos y no para desnudos, caras y más caras, caras en noventa grados y al revés, pero los cuerpos nunca me salieron bien ,o es que lo que me dijo se me quedó grabado, se me quedó marcado y por eso seguí con los retratos, hasta que hace cinco años no pude más y dejé de pintar, pero ahora voy con mi ordenador, y ahora en estas seis semanas voy a escribir, es el momento de escribir, siempre sentí celos por los escritores y hasta los odié, crear sin mancharse las manos, sin todo el asco y la suciedad que crea un cuadro, sin tener que estar buscando siempre ese azul perfecto, sin tener que comparar miles de marcas de pinceles, de colores, de telas, de óleos, sin ninguna materia, tú y tu ordenador, o tu cuaderno, un lápiz, y nada más, nada más que eso.
Like to be somewhere else, like to be by myself cantaba ahora Van Morrison, pero Daniel decidió cambiar el disco y poner la compilación The Philosopher´s stone que acababa de comprar y que incluía canciones de los años setenta y ochenta, raras o que nunca habían salido en discos. Sacó la foto preferida. En ella estaba Ester sentada desnuda en una cama, se veía un seno desnudo y el otro estaba cubierto por una manta, el seno izquierdo, el desnudo estaba iluminado por una lámpara a su izquierda que un cable conectaba con el enchufe que estaba sobre su cabeza, más arriba se veía media ventana, y su derecha algo parecido a una mesita de noche, la cabeza estaba sujeta por su mano derecha y se caía en unos treinta grados, a su izquierda el cuadro del tiempo de Dalí en miniatura. Era una foto en blanco y negro, una foto que le obsesionaba y con la cual se había masturbado cientos de veces en los últimos veinte años en los que no la había visto, ni hablado. Ahora todo de pronto se volvió posible gracias a un antiguo vecino que le había contado que Ester era su vecina, estaba casada, eso dijo y tenía hijos, dos, uno, tres, Daniel no se acordaba de eso, pero sí de que tenía hijos, y Daniel le pidió que le preguntase si podría llamarla si venía a Israel. El vecino, Guil Arman, siguió sus instrucciones y se lo contó a Ester, que dijo que sí. En uno de sus viajes había llamado a un programa de radio sin sentirse ridículo y dijo que buscaba a Ester, y que era Daniel, y que se habían conocido veinticinco años antes, y que él la buscaba desde entonces. Bueno, no sólo la buscaba o pensaba en ella, ya se había casado dos veces y divorciado tres, la tercera era porque además del divorcio civil su mujer le había pedido un divorcio religioso, aunque no se habían casado por lo religioso. «Nunca se sabe, a lo mejor me vuelvo religiosa, así es mejor.» En ese día se dijo que nunca más intentaría entender a las mujeres.
Pero sí a las fotos de las mujeres, sobre todo las fotos en blanco y negro. Ester tenía el pelo largo en esa época, le llegaba hasta los hombros y estaba un poco rizado, por el vecino ya se había enterado que ahora tenía el pelo corto, pero está todavía muy buena, le había dicho, se conserva muy bien.
En los pocos minutos que quedaban oía la canción Laughing in the wind que durante muchos años sólo se oía en bootlegs, era una muy buena grabación. Intentaba masturbarse, no se le paraba, estaba muy tenso, de pronto se acordó de una mirada muy sexy que ella le echó diciéndole que quería morderle el pene, se acordó y se le paró, en menos que canta un gallo eyaculó. Eso había pasado en un viaje a Grecia, ahora se acordaba, en un restaurante y cuando llegaron al cuarto de hotel barato, se la había mordido bastante fuerte, cosa que le gustó. En ese momento llamó Mariane.
—Buenos días,
—Sí, buenos días, ya salgo, creo que el taxi me espera. —Quería estar segura de que te habías despertado. —Sabes muy bien que nunca duermo en estas noches. —¿Volverás?
Se oyó un claxon un poco tímido en la noche. Empezaba
a amanecer. El taxista debía tener miedo de despertar a los vecinos. Le dijo que tenía que salir ya, apagó la música, después volvió a encender el cd y cogió el disco y otros cuatro de Van Morrison, y los metió en el bolso, música de último momento. Entre ellos estaban los dos que había oído, Veedon Fleece, y el bootleg Unplugged in the Studio.
El taxista estaba un poco nervioso en su coche, tal vez temía otro caso de cliente perdido. ¿Vamos al aeropuerto?, preguntó para confirmar lo que ya sabía. Y en unos segundos se calmó.
—Buenos días. Difícil despertarse a estas horas, pero por lo menos no hay atascos. En media hora estamos allí. Menos, en veinte minutos.
Al ver que su pasajero no respondía el taxista dejó de ha blar. El coche era un Seat Toledo, qué casualidad, se dijo otra vez Daniel. Se acordó del día que viajaron él y Ester de Madrid a Toledo. Qué coincidencia. Bueno, pero podía haber sido un Córdoba y se acordaría del día en Córdoba o de un Ibiza, pero en Ibiza nunca habían estado, ni juntos ni él solo.
La canción Naked In The Jungle que no había oído y que estaba en una pista más adelantada del cd ahora le sonaba en la cabeza y se arrepintió de no haber traído el discman, pero prefería no utilizarlo porque después le creaba toda clase de ruidos en los tímpanos y no podía dormir bien. Bueno, también uno puedo oír en su imaginación. Se dijo.
—Hostia, me olvidé el pasaporte, por favor vuelva, sí, no se preocupe, le pagaré un extra por esto, lo siento, lo siento, es que no puede ser, lo tenía en la mano, y cuando me llamó mi novia, lo puse sobre la mesita del teléfono, ufff…
—No se preocupe, en menos de diez minutos estamos aquí de vuelta, no es para tanto, y mejor que se acordó ahora.
Ahora, cuando subía a su casa, su mini casa, el estudio y medio de la calle Feaubourg Saint Honoré, que había comprado después de su mejor exposición y en el que dormía tan poco, siempre en casa de otras mujeres con casas más grandes dispuestas a compartir su techo con él, a pesar de que en menos de dos días se sentían huéspedes en sus propias casas, casas del rey Daniel, todas las casas eran suyas, donde dormía una sola vez se convertía en su casa, ahora se acordaba de las muchas horas que había pasado con Ester en ese sexto piso, con el techo que caía sobre la cama, más que con cualquiera otra de sus mujeres, éste era el sitio de ellos dos, por lo menos en París, y por eso, sin darse cuenta, había preferido salir de allí al aeropuerto y no de su espaciosa casa de Mariane en Bastille. Entró y cogió rápidamente el pasaporte y lo metió en el bolsillo, mientras su mirada caía sobre el sobre de las fotos desnudas de Ester, no pensó mucho y las metió también en el bolsillo, eran cinco o seis de una colección de más de mil, durante meses no paró de fotografiarla, desnuda o vestida, en diez países.
—¿Y adónde viaja usted? —preguntó el taxista para escaparse de su propio silencio.
Daniel lo miró a través del espejo, intentando no responder, o pensando qué decir, mentir o decir la verdad, la cosa no estaba para decir que iba a Israel, o que era israelí, aunque no lo era, no exactamente, la nacionalidad que tenía era alemana, y no tenía pasaporte israelí, nunca lo tuvo, así lo quiso su abuela, mejor ser alemán, menos peligroso, eso le dijo, y el taxista tenía pinta de árabe, más bien marroquí, aunque no podía saber si era judío o musulmán, a lo mejor los judíos ven la diferencia, vamos, los judíos marroquíes, pero para él se parecían mucho, y de pronto la radio cambió de canción y era Have I told you lately that I love you de Van Morrison, qué casualidad, qué coincidencia, y esto le cambio de humor.
—Voy a Israel.
—¿A Israel? —dijo el taxista sorprendido—. Alguna buena razón tendrá usted para ir a Israel.
—Una mujer.
—Eso es, chercher la femme, como dicen los franceses.
—Y es francesa. Bueno, nació en Marruecos, pero es francesa, bueno, era, ahora es israelí, hace veinte años que no la veo.
—Entonces debe tener usted veinte razones. Yo estuve en Israel hace cinco años, y daba la impresión de que todo el mundo allí estaba corriendo de un lado a otro, corriendo, histéricos, sin pararse nunca.
—¿Es usted judío?
—Mi mujer es judía. Yo soy de Marruecos. Mi padre es musulmán y mi madre cristiana, se casaron durante el protectorado francés, pero el apellido de mi madre es Cohen, y el de mi padre, el mío, Bentato. Soy un poco de todo. Me llamo Yusuf Bentato. Y mi mujer se ríe, porque su apellido es Bentata. Yo también.
—Muy interesante.
Y después se callaron y oyeron la música.
Está casada, eso sí, pero hay toda clase de formas de estar casada, a lo mejor se echa amantes, a lo mejor está separada, o se piensa separar, tal vez por eso aceptó verme, porque cuando se casó y la llamé para decirle que venía y pregunté si podía dormir en su casa dijo que no, así que algo habrá cambiado, pero tiene hijos, y los hijos cambian a las mujeres, a lo mejor ahora es leal, aunque nunca lo fue, cuando estaba conmigo se echaba con otros, era lo menos leal que existía, yo tampoco lo era, es verdad, siempre he tenido relaciones abiertas, eso de la lealtad ya se acabó, es un mito, pero igual ahora lo es, quién sabe, han pasado muchos años, la gente cambia, pero ¿cuánto?, de verdad se cambia tanto, o uno cambia pero sigue siempre igual, nadie puede salirse de su propio cuerpo, aunque éste cambia, después de cincuenta años se reconoce a la persona. ¿En qué? En un algo, una energía, como dirían los místicos, porque en veinte años la mayoría de la gente es otra físicamente, son otras células, la cara ha tomado por un lado o por otro, el cuerpo engorda o adelgaza, la espalda se curva, las manos se desgastan, yo qué sé, miles de cosas, a lo mejor ni la reconozco.
—Hemos llegado —dijo el taxista—. Le deseo suerte y salud.
Daniel le dio un billete de veinte euros y le dejó casi cuatro de propina.
Para escribir lo más importante es no estar borracho, ni escribir sobre borrachos. Daniel memorizaba lo que había oído en dos talleres de escritura, ya había escrito tres cuentos y una novela corta que por lo menos sus compañeros habían encontrado muy buena. Pero este viaje era lanzarse de verdad en la novela y dejar detrás los óleos. El viaje era la novela era la mujer era olvidar era recordar era viajar al interior.
Andaba aturdido hacia la azafata que le recibió con mero aburrimiento y sin ganas, parecía molestarle su lento despertar matinal. No vio a nadie delante de él ni detrás de él. En el Duty Free compró un perfume para regalar a Ester, y se tomó dos tazas de café antes de subir al avión. Estaba casi vacío y los pocos pasajeros que no llegaban a llenar la cuarta parte del avión eran pasajeros de Sudamérica que hacían escala en París y seguían a visitar a sus familiares. Dos o tres familias que emigraban de Argentina huyendo de situaciones económicas pésimas. Daniel siempre soñaba con Buenos Aires, a veces hasta dos veces en una misma semana, sin haber estado allí nunca.
Habló con alguno de los pasajeros en la primera hora del viaje, hasta que sirvieron el desayuno y después se quedó dormido.
Casi no sintió el aterrizaje, y sólo se despertó al oír unos pocos aplausos.
El aeropuerto estaba casi desierto y en menos de veinte minutos ya estaba fuera en la parada de taxi. Pidió a Elsa que no viniese a por él, le dijo que prefería llegar en taxi.
Una novela de amor, en el taller, decía el profesor que era mejor no empezar por una novela de amor, mejor una de aventuras, un crimen, hay muchas novelas de amor, y mucha competencia. Y si es una de viaje y de amor a la vez, eso puede ser, digo yo, o de encuentro, no es una novela de amor, es algo diferente.
—¿A dónde va usted? —preguntó el taxista mientras tendía su mano hacia la maleta.
—A Tel Aviv. Pero mejor tomo un sherut. Un taxi por plazas, se llaman sherut todavía, ¿no?
—Le hago un buen precio, y con un sherut tendrá que esperar hasta que se llene, y eso puedo durar media hora, una hora. Se lo hago por cien shequels, cincuenta de rebaja. No es mucho, veinticinco euros y llega hasta su hotel tranquilo.
El aeropuerto parecía un aeropuerto de Jerez o algo así, y no un aeropuerto de un país de seis millones de habitantes. Seis millones, pensó Daniel, qué coincidencia, por qué seis, cómo llegamos justo a seis, ahora que vuelvo a Israel. Justo seis, y no hay nadie en el aeropuerto.
Se subió en el taxi, sin discutir más el precio, aunque muy bien sabía que podría haber regateado otros veinte shequels, el taxista podía esperar otras dos horas antes de encontrar otro cliente.
—¿De dónde llega?
—De París.
El taxista ahora le miró por el espejito.
—¿Y es usted judío?
—¿Y qué importancia puede tener eso?
Pero se acordó que en un lapso mental era lo mismo que él preguntó al taxista marroquí hacía unas pocas horas.
—Sí, soy judío.
—Sí, bueno, está claro, los cristianos no vienen de Francia a Israel, son todos unas antisemitas, o están los que vienen a ayudar a los palestinos, yo le digo a usted que ya van a ver esos franceses con sus árabes, cuando se levanten, no va a ser broma, eso de que están a favor de los árabes no les va a ayudar del todo. ¿Y usted viene de paseo o ha decidido hacer su aliyah? —Ah, no… no, nada de eso, es un viaje de turismo. —Habla usted muy bien hebreo.
—Viví aquí unos años.
Diez. Diez años. Pero no podía decir la palabra diez.
—Y no tiene miedo de vivir en Francia, dicen que hay muchos actos antisemitas, que ponen esvásticas sobre todos los nombres judíos en las entradas de las casas.
—No, no que yo sepa.
—Hay muchos franceses que se están yendo de Francia y se vienen a Israel o se van a Estados Unidos, o al Canadá, porque no se sienten seguros.
—La verdad es que estoy un poco cansado del viaje. Fue un vuelo un poco pesado.
El taxista se calló. Poco le interesaba a Daniel el discurso sionista que ya se conocía de memoria, el aeropuerto vacío y los periódicos agrandando cualquier piedrecilla que algún niñato tiraba sobre una sinagoga. No quería entrar en discusión sobre los actos que se hacían todos los días contra los musulmanes y sus mezquitas en Francia. Era lo último de lo que quería hablar.
—La calle Bazel, un momento, el número, el 21.
—Eso es fácil. Es que yo no conozco muy bien Tel Aviv, hasta ahora trabajaba en Jerusalén.
—¿Y la calle Gad de Jerusalén es céntrica?
—Sí, bastante, no en el centro, pero cerca de Emek Refaim.
—¿Cerca de Ymca, del King David?
—Unos quince minutos… andando no está lejos, es en Bakaa.
—Ya…
—Hemos llegado, le ayudo a bajar las maletas.
—No hace falta, es una maleta y no pesa mucho. Aquí tiene sus cien shequels. Gracias.
Mientras le daba el dinero se dio cuenta de que el taxista se parecía mucho al de París, casi primos, pensó, y que llegaba a casa de Elsa en un Seat Toledo, del mismo color blanco que el otro taxi. Pero de eso no pasó, las coincidencias empezaron a aburrirle.
Elsa se echó encima de Daniel antes de que pudiera posar la maleta en el suelo. Le abrazaba sin parar y le decía que le había echado tanto de menos. Bueno, bueno, déjame entrar, pero ella pensaba en otro entrar. Daniel pensaba en Ester y ahora se daba cuenta de que hubiese sido mejor alquilar un piso o una habitación en un apartahotel sin decir nada a Elsa, que ahora le quitaba la chaqueta y la camisa y se desnudaba poco a poco. Al poco tiempo ya estaban en la cama matrimonial, tenías tantas ganas de hacerlo aquí contigo, a menudo pienso en ti cuando lo hago con mi marido. No te preocupes, vuelve a las siete de la tarde y sabe que vas a estar aquí. Elsa se había casado con la condición de que podría seguir su relación con Daniel. Pero ahora Daniel no estaba muy concentrado en el sexo, ni en Elsa, aunque eso a ella no le importaba. Los dos desnudos en la cama, al principio él se incorporó con una media erección, después de haber cogido con rapidez las fotografías de Ester que se habían caído de su pantalón. Elsa ni se dio cuenta. Con media erección penetró en ella y a pesar de eso Elsa disfrutaba como nunca había disfrutado con su marido, y entonces se acordó de una imagen, de una vez que hizo el amor con ella y con Ester, ya no sabía si era una fantasía o si eso había pasado de verdad, fue en un hotel enfrente del mar, se acordaba del mar, bueno, sí, la cosa pasó de verdad, los tres fumaban marihuana, o algo así, y al acordarse de ese acto sexual triangular o de esa fantasía se excitó y su sexo creció hasta dolerle porque estiraba su piel, ella se dio cuenta a pesar de estar muy mojada, y eso hizo que tuviera un segundo orgasmo y después él eyaculó. La eyaculación no le pareció espectacular. Ni le dio mucho placer. Enseguida se separó de ella, y se tumbó a su lado, pero sin tocarla ni rozarla.
—¿Quieres un pitillo? Tengo marihuana.
—Bueno.
Ella volvió con la marihuana ya encendida y se la pasó.
—Me la trae un taxista árabe, es muy buena, es marihuana hembra, de muy buena calidad. Viene de su jardín en Um El Fahhem. Cuando viene a Tel Aviv me trae unos cuantos gramos. No es que fume mucho, un poco, de vez en cuando. A Rami eso no le gusta tanto.
—¿Y quién es Rami?
—Mi marido, ya te lo he dicho mil veces, se llama Rami.
—Me importa un pito.
Siguieron fumando hasta que se acabó el cigarro y se fue a la ducha.
—Aquí tienes toallas, éste será tu cuarto.
Estaba al otro lado del baño que le separaba del cuarto de Elsa y su marido.
En el baño, al entrar en la ducha, se sintió muy mal y con ganas de vomitar. La marihuana le podía causar ese malestar o una euforia agradable. Nunca podía prevenir cómo iba a actuar. Se duchó y se fue a dormir. Al despertarse tres horas más tarde se sentía todavía peor.
—¿Quieres comer algo? —preguntó Elsa.
—Me sentó fatal la marihuana.
—Tal vez una sopa te hará bien. Tengo una sopa de miso, orgánica, concentrada, te la pongo en agua hirviente y te sentará muy bien.
—No sé lo que es, pero bueno.
Elsa volvió a abrazarle, pero él no tuvo ninguna reacción. Fue a la cocina y en poco tiempo estaba de vuelta con la sopa. Cuando acabó la última cucharada se oyó la llave en la puerta de la entrada. Ha llegado, dijo ella.
Él salió unos instantes después a saludar al marido de Elsa, y otra vez no llegaba a recordarse de su nombre.
—Muy bien, yo os dejo, que he venido a escribir. No os molesto.
—Pero si no molestas. ¿Quieres beber algo?
—No, nos fumamos un porro y me sentó de lo peor, ya te contará Elsa, y lo mejor es que me vaya a mi cuarto, que está requegenial, todo lo que necesito, una cama, un armario y una mesa para mi ordenador. Muchas gracias por vuestra hospitalidad.
Se retiró a su cuarto y empezó a escuchar en sus oídos los aforismos del taller, del escritor Juan Manuel Empeñás, alias El Empapado, porque siempre estaba mojado, se decía que si la temperatura no bajaba a menos diez grados él siempre iba con un par de vaqueros y una camisa, y siempre calzaba unos zapatos ridículos y anticuados de charol. En la clase, en invierno, sudaba todo el tiempo, y no soportaba la calefacción aunque todos teníamos frío. Era un escritor de culto, había publicado dieciocho novelas pero ninguno de los siete alumnos había visto nunca una de ellas. Después de mucho insistir le dio el teléfono de una editorial en Luxemburgo que había publicado sus dos últimas novelas. «Agotadas» dijo la voz femenina del otro lado del teléfono, ni siquiera preguntó si pensaban reeditarlas. No era de esperar que se leyera mucha prosa en castellano en Luxemburgo.
El taller era en castellano, que de alguna manera era la lengua materna de Daniel. Sus dos padres eran mudos, o se habían vuelto mudos, nunca llegó a enterarse, y se encontraron y se casaron en un campo de refugiados en Chipre en 1947 y en el mismo año nació él. Su padre murió cuando tenía tres años y su madre un año después. Era como si se hubieran salvado de los campos de exterminio alemanes para engendrarlo y una vez cumplida la misión decidieron dejar el mundo mudo en el que los dos vivían. En Naharya oía un poco de alemán y, claro, hebreo. Después se crió en casa de su abuela, que era ciega y sólo hablaba español, aunque sabía alemán, pero esa lengua, esa lengua ya nunca más la utilizaré, decía. Ella se había ido con su marido en 1932 a Tánger y allí aprendió español, pero no francés, aunque muy bien podría haberlo hecho. Pero los judíos de Tánger hablaban ya español y ella sabía algo de esa lengua, así que se adaptó con rapidez. El abuelo murió en 1945 al oír que de su familia no había quedado nadie, menos su hija, la madre de Daniel. Ella siguió viviendo, o así decía, por esa misma razón, y después para criar a su nieto. Cuando tengas veinte años, te dejo todo y me muero. Y así hizo, unos días después de que Daniel cumpliera los veinte años falleció. En esa época él estudiaba en Alemania dibujo gracias a una beca que había recibido del gobierno alemán, ya llevaba allí cinco años porque decidió acabar allí su bachillerato y tenía un tío que le invitó a vivir con él en Berlín.
Nunca escriban borrachos, decía. No escriban novelas de amor, hay mucha competencia. Por lo menos no la primera, ni la segunda. Escriban sobre lo que conocen. Escriban siempre sobre lo que les incita. Nunca escriban novelas sobre escritores, ni sobre escribir. Eso es lo que más aburre a los lectores.
Podía empezar por lo que le pasó esa misma mañana.
La maleta el pasaporte. El pasaporte la maleta.
No era mala idea, no estaba mal y después seguir por el taxi, la vuelta a casa por el pasaporte, después podía inventar unas fotografías sexy de Ester, podía cambiar los nombres, él sería Bernardo y ella Michelle, o ella Danielle, eso sería hasta más divertido, Daniel y Danielle, o Bernardo y Danielle, o Michel y Michelle, que podría ser el título de la novela, o podía también llamarse El pasaporte la maleta. O podría escribir algo sin nada que ver con el viaje, aunque como decía El Empapado lo mejor era empezar por algo cercano, por algo quetetoca, no está mal empezar por una novela de viaje, con un viaje interior, aunque ahora sobre todo pensaba en el taxista.
El taxista, siempre es bueno pensar en los taxistas, y se acordaba de que el taxista de París se llamaba Yusuf, Yusuf que suena como Yosef y se parecía a un judío, y el taxista de Tel Aviv que se parecía al de París, y eso que el de París hasta le dijo el apellido, Bentato, pero si se parece tanto a un apellido judío, ¿no? Bentata, ¿Bentata?, no era ése el apellido de Ester, no estaba seguro, pero era algo muy parecido, Ben… Benalgo, Benchinzon, Bentapon, Benjalfon, Bensadon, no, creo que era Bentata, era Bentata, bueno, pues el taxista de Tel Aviv podía llamarse Yosef Bentata, eso es, no es mala idea, y dos vidas paralelas de los dos taxistas. No es mala idea. O esa frase que le hanteaba desde hacía tiempo para empezar una novela.
No fue un suicidio, fue un homicidio.
Podía ser una novela negra, o una novela blanca. Lo que sea.
Y sobre todo borrar, es lo que decía siempre El Empapado, antes de acabar la clase. Borrar. Y muy en serio, pero muy muy en serio, y estaba prohibido reír porque no entendía el chiste y se molestaba, seguía: Yo soy el más grande borrador del mundo. He publicado dieciocho novelas y he borrado cuarenta. Hay que borrar y borrar, más y más.
Podía además escribir en castellano o en hebreo, tal vez en francés, había leído muchos libros en esos tres idiomas en los últimos tres años, para verse con el panorama de la literatura actual, y porque El Empapado decía que hay leer mucho y mucho más, todas las novelas posibles, hay que leer y leer y leer.
Optó por la maleta y el pasaporte.

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2.
4649 palabras, es lo que decía el ordenador que había escrito. Se fue a dormir exhausto a las seis de la mañana, creyó haber oído entre sueños una discusión entre Elsa y su marido, ¿cómo era que se llamaba?, no me acuerdo de su nombre, nunca me acuerdo de los nombres de los maridos, y se despertó a las once y media. Sobre el ordenador vio un teléfono móvil y una nota. Aquí te dejo este móvil, creo que te hará falta y así te llamo, mi número está en la memoria y el número del móvil es el 055424255.
Pero es que no puede ser, se dijo tres o cuatro veces, si 55 es mi edad y 42 la edad de Ester, creo que Bentata, se lo debo preguntar, pero está feo no acordarse de los apellidos de las amantes, mejor lo investigo sin preguntas directas, ¿cómo podía ser que el número del móvil fuese justo ese?, ¿qué posibilidades había de que fuese una coincidencia?
Fijaos en las coincidencias, decía El Empapado, no hay coincidencias, conectar coincidencias y crear de ellas un relato coherente es la base de la prosa moderna. Crear una lógica en el caos, eso es.
Volvió a leer lo que había escrito, pero todo le parecía muy mal, primero eran demasiadas palabras, así que fue borrando, y riéndose mientras se acordaba de cómo El Empapado decía que era un borrador, hasta que se quedó con mil. Borró todo lo del taxista, y se dijo que lo de veinte años parecía demasiado, ya nadie volvía a ver a una antigua amante después de veinte años, con siete era bastante, bueno, mejor cinco, tres, tres es más realista, veinte años parece lo de la Odisea, ya van a pensar en la Odisea los críticos y empezarán a marear la cabeza, pero había que escribir sobre la realidad, eso sí, y eran de verdad veinte años, bueno, más bien diecinueve, pero eso sí que suena fatal, o quince o veinte, pero no diecinueve, siguió borrando la parte de la paja, y el sexo con Elsa, está bien escribir un poco de erotismo, pero no una novela erótica, eso sí que no, y siguió borrando hasta que lo que le quedó le pareció completamente nulo y lo borró todo, todo y cerró el programa Word, y se fue a beber un café. La casa estaba desierta y las persianas del salón bajadas. Está bien, mucha luz no ayuda a concentrarse, mientras bebía el café, y esta vez sin mucho pensarlo marcó el número de Ester, el de su móvil, era mejor no llamar a su casa, ¿cómo había dicho el vecino que se llamaba su marido?, ¿no sería Yosef por casualidad?
Marcó el 055705905 y ella respondió en seguida. Esperaba algunos sonidos antes de la súbita respuesta, un lapso de dos segundos o tres para poder pensar.
—Hola, soy Daniel.
—Hola, acabo de salir de una clase.
—Bien.
Eso sí lo sabía, Ester daba clases de psicología en la universidad de Jerusalén,
—De psicología, muy bien, a mí también me interesa mucho la psicología —dijo por decir algo.
—No, es de gimnasia, doy clases de gimnasia.
—¿Qué?
—Soy profesora de gimnasia.
—Mira, estoy en Tel Aviv, y estoy en la calle Bazel. Me gustaría verte. Hoy. Estoy escribiendo una novela.
Bueno, más bien borrando, y preferiría que nos viéramos mañana y poder descansar y escribir algo hoy, pero ya dije lo que dije y se acabó.
—Sí, hoy ya no tengo ninguna otra clase, nos podemos ver, a ver, son casi las doce, a eso de las cuatro. Hay una cafetería con muy buen café en tu calle, se llama Arcaffé, hay una placita en medio de la calle con unas tiendas y cuatro o cinco cafeterías, seguro que la encuentras.
—Muy bien, a las cuatro.
—Un besito.
¿De donde venía eso? ¿Qué quería decir ese besito?
—Mi número de móvil es el 055425542. No, un momento, es el 055424255, eso, fácil de recordar. Creo que sabes por qué. —Bien, de todas formas lo tengo aquí marcado en mi móvil. Si me retraso o algo te llamo.
Al cerrar llamó Elsa.
—Estoy trabajando hasta las cinco. Después si quieres nos vemos.
—No sé, tengo una cita aquí a las cuatro, en Arcaffé, ¿dónde queda eso?
—Bajas de casa y lo verás, bueno, si quedaste en el de la calle Bazel, porque es una red, hay otro en la calle Rotchild.
—No, no, quedamos en la calle Bazel, dijo que estaba cerca, que tienen muy buen café.
—Bueno, a mí no me gusta tanto, un poco fuerte, pero tiene la fama de tener muy buen café, sobre todo el expreso, si es lo que te gusta a ti.
—Veo a Ester.
—Ah.
Volvió a sentarse a escribir, empezó por la maleta y el pasaporte otra vez. Pero pasó a hablar de suicidios, la maleta ahora le recordaba un intento de suicidio, muchos años antes, era el tercer intento, pastillas, ahora se decía que tenía que describir el cuerpo del narrador, era importante, describir lo máximo posible decía El Empapado, bueno, eso, el tamaño de la maleta, 78 centímetros por 1 metro 43, y veintitrés de ancho, la maleta, y también el tamaño del pasaporte, 3,77 centímetros por 5,84. Y el libro de Nabokov, 4,25 x 6,88, ahora decidió leer el libro de Nabokov, mejor leer que escribir tonterías, pero se paró perplejo después de la segunda línea. Y no era ni la primera página del libro, era la autobiografía del escritor, en francés, decía «Vladimir Nabokov est né le 23 avril 1899 a Saint-Pettersbourg, au 47, rue Moskaïa (actuelement rue Herzen)» y no pudo seguir leyendo. Éste sí que da detalles, el número y el nombre de la calle, y el nuevo nombre de la calle, no te jode, ya es para cagarse encima, para no leer el libro nunca, ¿cómo coño iba a describir Daniel la calle donde había nacido? Algo así como Daniel nació en un campo de refugiados judíos en Chipre (que se sigue llamando Chipre) en la parte norte que daba a la playa del Mediterráneo de la isla (donde ahora está el hotel Milton) un día en el mes de mayo, entre el cinco y el diez de mayo, nadie se acuerda porque sus padres eran mudos y nunca hablaron de eso, ni de nada.
Eso es, para que se enteren estos escritores que escriben el número de la calle donde han nacido.
Comió una tostada con mantequilla y bebió un vaso de leche y siguió escribiendo, pero volvió a las mismas palabras que había borrado, con las fotografías y el sexo con Elsa, ahora le adjuntó una fantasía erótica con Ester para darle un poco de sal. Y escribía sin parar hasta que sonó el teléfono.
—Son las cuatro y cuarto —dijo Ester.
—Perdón, estaba escribiendo, ahora mismo bajo.
Y salió corriendo con el libro de Nabokov.
—Hola.
Besos, dos de cada lado, estilo francés.
— Toma, te regalo este libro de Nabokov, no lo puedo leer. Mira, las dos primeras líneas me dejaron kao, pero completamente, es imposible, no se puede decir más que eso en un libro, más que en esas dos líneas que ni siquiera las escribió él, pero que dicen todo, lo importante que es nacer en San Petersburgo y en la calle Moskaïa, actualmente calle Herzen, y además en el número 47, te das cuenta, no es como nosotros, otros mortales, aspirantes a escritores, es un dios, a lo mejor era una finca, un hotel particulier, por lo menos, ¿no? Si no no sabríamos en qué piso nació, todo el número 47, claro.
—¿Y como estás? —preguntó ella.






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Llaves de Tetuán 6

6





-Mama, ¿pero por qué nos vamos a Israel? ¿por qué abandonamos nuestra casa?
-Que quieres vivir toda tu vida rodeado de árabes?
-Pero mi casa esta aquí, esta es mi casa,
- allí también tendrás tu casa
- Si pero con otra llave,
- Claro esta, cada casa tiene una llave distinta, pero será tu casa como la de Tetuán
- No puede ser, no será la casa en la que nací, o en la que me reí o llore por primera
vez, y tendrá otra llave,
-Que tonterías dices, pues tendrá otra llave, eso es precisamente lo que queremos otra
llave, otro país, en el que los árabes no nos traten de judíos, en el que nadie te tire piedras cuando regreses de la escuela
-Estas segura que tendremos allí una casa, una casa grande,
-Grande o pequeña, en Israel construiremos nuestra vida, viviremos como judíos, en Israel cualquier casa será lo bastante grande.

Llaves de TetuánExtractos de novela, publicada en hebreo en 1999. Traducción de Marcos Barel

Llaves de Tetuán 5

5





- ¿Papá, llegaste?, qué contento estoy de verte
- Fue un poco peligroso, pero todo salió bien
- Vendiste todas las casas?
- Si, hasta la ultima, y cuando le entregue la llave aquí en Ceuta al comprador me dará todo el dinero , y luego viajaremos en barco
- en barco? Pensé que viajábamos en avión,
- primero en barco a Algeciras, nosotros viajamos a Israel, ahora ya podemos pronunciar la palabra Israel, y luego desde Marsella tomaremos el avión,
- Y como será allí, papa?
- Todos serán judíos como nosotros
- y como somos nosotros?
- Como ellos, todos los niños en las escuelas son judíos, todas las tiendas son de judíos, la gente por la calle es judía, y nadie te tratara de judío, ya que todos son iguales
- ¿está bien papá?
- no te preocupes hijo mío, estuve allí hace dos años y es algo maravilloso, toda la gente es verdaderamente judía,
- ¿No hay árabes?
- Ninguno. Todos son judíos, y ahora ya te puedes ir a dormir, que mañana nos espera un día largo.




BENZIMRAO


No entiendo esa necesidad de venir hasta aquí, a Benzimrao, para entrevistarme, a esta aldea pérdida del Amazonas, a esta pequeña tribu sin porvenir, de la que todos se van, se van a estudiar medicina, dicen que por esta familia corre sangre de médicos y que ya entonces Eli Benzimra, en el siglo dieciséis era medico, y que su hermano muriendo en el camino lo llevo a cuestas hasta Tetuán, allí en el norte de Marruecos, al lado de España, luego se instalo en una aldea donde trabajo como curandero, mucho llovió desde entonces, me preguntas sobre los origenes de la tribu, y la verdad es que la cosa es bastante simple, ocurrió en 1850, Moíses Benzimra se vino a Brasil de Tetuán a hacer dinero para la familia, y por azares del trabajo llego a esta aldea, Zimrao, que así se llama hasta hoy y donde decidió instalarse, cada dos o tres años viajaba a su tierra y volvía, aquí se caso con con veintiuna nativas, con las que tuvo cien hijos, así se inicio la tribu, todos los varones están circuncisos, y el primogénito lleva siempre el nombre de Moisés, ya que Moisés solo hay uno, el padre de la tribu, a los sesenta años desapareció para no volver nunca mas, nos dijo antes de irse que retornaría algún día y todavía lo estamos esperando, era un hombre de una fuerza sorprendente y hablaba un idioma especial que nosotros hablamos hasta hoy, una mezcla de castellano con un deje de portugués, al que llamamos Jaguetao, aunque ya hoy todos hablan portuguesa construimos una escuela a la que llamamos la Alianza, porque así nos lo ordeno al regreso de uno de sus viajes, y también nos dijo de prepararnos para viajar algún día a Jerusalén, si, a Jerusalén, no a Tetuán, siempre nos decía que el porvenir esta en Jerusalén, así nos transmitió su credo de generación en generación en este lugar, en este lugar tan especial donde nunca hubo inundaciones, cuando a unos metros de aquí fluyen torrentes de lluvias, no se como encontró este lugar, ocurre a veces que estamos totalmente rodeados de agua y aislados durante meses, una vez incluso duro mas de dos años, aunque nunca nos falto comida, como en Tetuán, así me dijeron, siempre había comida para todos, o casi siempre, por lo visto Moisés el Mayor trajo consigo la bendición, vi de verdad allí, cuando estuve en Tetuán el pasaje Benzimra, entre las casas que construyo la familia, tu dices que perteneces a la familia Benzimra, tu naciste en Tetuán, es muy interesante, pero para nosotros todo eso forma parte de la historia, yo no puedo entender como se puede abandonar una tierra fértil como esta para irse a una ciudad como Brasilia o Sao Paolo, pero es eso lo que le ocurre a los hijos de esta tribu, se van para volver al cabo de los años con el diploma de medico, increíble, para que una persona necesita el titulo de medico, y ahora quieren todos curarme y no se de que, tengo ya ochenta y cinco años, y si yo o alguien de mi tribu enfermamos preparamos una poción de plantas y mango puro que nos cura, pero ahora todos se creen importantes con sus títulos de medico, se visten con corbata y claro esta, son muy sabios.

Si nos oponemos al régimen actual es porque simplemente quieren arrasar toda la jungla y liquidar a los indios, resultan tan ingenuos los indios entre los árboles, no entienden al hombre blanco, piensan que si dejasen en su lugar a los tractores, los insecticidas las vacunas y las medicinas, no vendrían a matarlos, piensan que les devolverían un favor, los indios están desapareciendo, los están ahogando cada día mas, ya se que hay rumores que corren acusándome de actividades terroristas, no es cierto, no soy responsable de nada ni tampoco las justifico, aunque puedo comprenderlas, y si alguien comete una acción de esas y busca refugio lo acogeré en mi tribu, y si se trata de mi hijo no lo entregare a la policía, o al ejercito, cada vez hay mas militares aquí en Benzimrao, allí en Brasilia y Sao Paolo hablan de democracia y de las libertades del individuo y del calentamiento de la tierra, pero cuando sales a los barrios de esas ciudades que queda de todo eso? Nada!

Pero de esos temas no viniste a oírme hablar, tú crees que escondo un secreto maravilloso sobre Tetuán, que yo se algo que tu no sabes, pero no es así, puede ser que Moisés Benzimra enviase cartas, aunque me resulta difícil creer que envío algo desde este lugar hace mas de cien años, puede ser que tuviera también alguna descendencia en Tetuán, no tengo ni idea, de hecho hasta hace pocos años Tetuán para mi no era muy diferente del imperio azteca, algo recóndito del pasado, que claro esta creí siempre que realmente existió.
¿Si quiero viajar hasta allí?, quizá una vez estuve en Sao Paolo, y la verdad no me impresiono, me llevaron incluso a un museo, uno de mis nietos que es medico, no entiendo que es lo que les gusto tanto, las salas tan ahogadas y ese olor a pintura que no me permitía respirar, así que ir hasta Tetuán, volar en uno de esos aviones tan grandes y groseros, para que, además desde aquí puedo ver Tetuán, aquí me puedo pasear por las calles cuando me place, tengo un mapa incluso, conozco el Mediterráneo, es un mapa que trazo sobre una piedra mi abuelo, yo se cuanto tiempo me toma llegar a pie de la judería hasta el río Martín, el mar mas próximo, a veces hago ese camino, salgo de mi casa por la mañana y vuelvo al atardecer, todos saben que ese día estoy en Tetuán, no, desde luego que no salgo de mi carpa pero todos saben que ese día no les esta permitido molestarme.

Si, el primer día del mes de octubre, o a veces unos cuantos días mas tarde, soy yo quien lo decide, ayunamos, es el día del Perdón, se que es una tradición de los judíos, pero no me importa, rezamos por un año con pocas lluvias, pedimos que el río no desborde y nos inunde, y rezamos también para que los militares no nos molesten y nos dejen vivir tranquilos, a lo mejor es todo lo que queda de eso, también descansamos el sábado y encendemos velas un día por semana, eso pregúntaselo a las mujeres, lo saben mejor que yo, pero yo de hecho se que aquí nadie es judío, ya que todas las madres son Indias, así que no trates ahora de hacer de mi un judío, ya llego una vez aquí un gringo que trato de convertirme, nosotros somos indios, indios de Tetuán pero indios a pesar de todo, si quieres puedes quedarte a cenar con nosotros.

Llaves de TetuánExtractos de novela, publicada en hebreo en 1999. Traducción de Marcos Barel